Muchas personas abogan por el silencio como una actitud personal de vida ante situaciones de conflicto, injusticias o dificultad personal.
Aunque a veces el silencio, relacionado con la meditación o la reflexión, es necesario no es lo mismo el silencio que callarse.
“Callarse y aguantarse” ante situaciones injustas o en las que uno cree que lleva razón no conduce más que a un desgaste innecesario y a desajustes emocionales impredecibles.
El silencio de las víctimas de acoso escolar, de quienes sufren explotación laboral, de las personas maltratadas, etc. y de quienes conociendo estas situaciones asienten y callan a veces es la mejor baza de “los verdugos”.
Si con el paso del tiempo, se acarrean silencios y palabras que deberían de haber sido expresadas, se formará una carga demasiado pesada, y llegado el momento, ya no tendrá ningún sentido reclamarle al pasado locuciones que decidimos fuesen ignoradas.
Creo que la mejor opción es expresar con respeto y cuidado lo que sentimos. Apostar siempre por el valor y consistencia que tienen las palabras y buscar ayuda es la mejor opción.
El silencio puede ser un ruido o un temblor, previo a la pérdida.
Almacenar silencios pasa factura.
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