A veces los hijos de padres separados sufren esta situación de una forma angustiosa experimentando sentimientos de: miedo, inseguridad, rabia, culpabilidad, vergüenza, tristeza, etc. También pueden manifestar problemas de comportamiento en casa o en el colegio, bajo rendimiento escolar, etc.
No es la separación en sí lo que perjudica a los niños sino el modo en que los padres resuelven sus problemas y en la utilización que, a veces, se hace de los hijos.
El conflicto constante entre madre y padre o las conductas de faltas de respeto de uno con el otro son muy dañinas para los hijos.
No hay que interponer emociones personales al bienestar de los hijos ni estos deben oír más de lo que deben.
“La guerra” es entre los adultos, los hijos deben quedar al margen, no se les puede utilizar como balas, ni obligarles a tomar partido.
Cada niño tiene derecho a disfrutar de su padre y de su madre y viceversa.
No hay razón para que los adultos puedan dejar de lado sus sentimientos y concentrarse en la estabilidad emocional y el bienestar de lo que más quieren: sus hijos.
En casos de rupturas traumáticas, la ayuda psicológica y la mediación familiar se hacen necesarias para encauzar lo mejor posible la nueva forma de vida a la que todos se enfrentan.
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