Nada desconcierta más a los niños que la ausencia de normas. Los límites y normas ofrecen la seguridad, el bienestar y el aprendizaje que cualquier ser humano necesita para lograr un desarrollo completo.
Algunos padres comentan: “¿Por qué en el colegio se porta bien y en la casa mal?” La respuesta es muy sencilla: en el colegio hay normas y cumplirlas o no tiene sus consecuencias.
El no imponer en casa reglas que les hagan sufrir ni negarles ningún capricho tiene un resultado: niños que quieren ser constantemente el centro de atención, no soportan la frustración, desobedecen, chantajean y desafían a los padres.
Los psicólogos Evelyn Prado y Jesús Amaya, hablan de la generación de padres obedientes, cuando eran pequeños les tocó obedecer a sus padres, ahora que son adultos obedecen a sus hijos. Estos padres obedientes, influidos por una serie de cambios a nivel cultural, social y familiar educan sin límites y normas claras, haciendo un papel más de amigos que de padres. Esta ausencia de autoridad transmite a los hijos una falta de orden y disciplina de la que se aprovechan.
Si los hijos desde pequeños aprenden a obedecer, a ser responsables y a tener respeto hacia sus mayores serán unos adolescentes con los que se podrá establecer una cordial comunicación y con los que se podrá llegar a acuerdos.
El cariño y la demostración de afecto no están reñidos con los límites y la educación en la responsabilidad.
Querer a los hijos no es sinónimo de dejarles hacer todo lo que quieran.
Los niños deben aprender a aceptar las consecuencias de lo que hacen, piensan o deciden. Nadie nace responsable.
La responsabilidad se va adquiriendo, por imitación del adulto y por la aprobación social, que le sirve de refuerzo. El niño siente satisfacción cuando actúa responsablemente y recibe aprobación social, que a su vez favorece su autoestima.
Educar en la responsabilidad no es tarea fácil. Se consigue solo mediante el esfuerzo de padres y educadores, pero la recompensa es grande: educar adultos responsables.
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