Ser muy buenos en lo que hacemos es algo a lo que deberíamos aspirar para ser mejores y poner un plus de calidad en nuestra vida. Sin embargo, ser excesivamente perfeccionistas, se puede convertir en un problema.
Buscar la excelencia está muy bien pero dejar que se convierta en una obsesión, que limite nuestro día a día, es perjudicial para nuestra salud.
El exceso de perfeccionismo genera ansiedad. Las personas que tienen que tener su casa perfectamente ordenada y limpia como si fuese un museo, quienes tardan más tiempo en revisar y retocar un trabajo que en hacerlo, los niños que lloran porque han sacado un 8 y no un 10 ó los padres superexigentes que regañan a su hijo si su nota no es la mejor de la clase, si no queda en buen puesto en una competición deportiva, etc. están desarrollando en sí mismos o en los demás un estado emocional de competitividad, exigencia, ansiedad, etc. que no todo el mundo puede soportar.
Cuando esto ocurre puede desembocar en:
-Sentimiento de angustia y de gran frustración ante el fracaso.
-Posponer una tarea ante la presión de retocar continuamente porque “todavía no está bien”.
-Inversión de exceso de tiempo para pulir constante detalles que a veces son intranscendentes
-Falta de satisfacción constante y falta de espontaneidad en la creación que impide disfrutar durante y una vez finalizado el trabajo.
-Exigencia también a los demás de la misma actitud, etc.
-En los casos más extremos puede desembocaren un trastorno obsesivo compulsivo que condiciona la vida de quienes lo padecen y de sus familiares.
Salir de esa jaula no es fácil, hay que ir poco a poco, pero se puede.
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