Manuel Núñez tiene 66 años y por tercer año consecutivo se atreve a correr los 21 kilómetros de la media maratón organizada en Osuna en 2016. No corre para conseguir medallas ni pódium, ni para demostrarle nada a nadie, solo corre para demostrárselo a sí mismo, para saber que aún puede, que la edad no es un límite. Corre con humildad, sabiendo que es posible que llegue el último. Quizá le falten las fuerzas pero no las ganas y eso le empuja a seguir sin parar para conseguir la meta, su meta.
Una muestra de cómo el entusiasmo y la motivación inyectan en cualquier persona una capacidad sin límites. 21 kilómetros corriendo es suficiente para desanimarse en algún tramo, para desear tirar la toalla, porque la fuerza física se va perdiendo. Sin embargo llegar a la meta supone no haberse rendido, no haberse hundido y haber tenido una actitud positiva constante.
Es un ejemplo de superación para todos nosotros pero en especial pienso en los jóvenes con desgana para trabajar y estudiar. Ellos deben mirarse en estos espejos para comprender que en la vida, lo que uno se propone, se consigue con mucho esfuerzo, que deben elegir un camino, ponerse una meta y luchar por ella con decisión, sin titubeos y con capacidad de aceptar pequeños fracasos o dificultades que hay que ir superando.
El hábito de esforzarse, la vocación de querer conseguir algo, el entusiasmo, ponerse en acción, fijarse objetivos son tareas que nos inculcan a lo largo de la vida los padres, profesores, abuelos y muchas personas que nos rodean con una actitud de superación en la vida.
Actitud ejemplarizante de tesón y valentía en la vida.
TESTIMONIO REAL DE DISCRIMINACIÓN Y ACOSO.
Me llega esta carta de una chica a la que traté hace tiempo. Tengo su permiso para publicarla porque creo que es importante que se tome conciencia del tema y se reflexione.
Hoy en día ya es universitaria, ha superado muchos de sus miedos y le queda toda una vida para demostrar a los demás y a sí misma todo de lo que es capaz. Es un poco larga pero merece la pena leerla. Todo lo que cuenta aquí, lo ha vivido.
Está copiada y pegada literalmente.
“SÉ COMO TE SIENTES, CRÉEME”
“Suena la alarma, comienza otro día igual que el anterior, o quizá peor, no quieres volver a ver a la que te pintó el pelo con pintura el otro día, no quieres ver a la que te agredió en el pasillo, no quieres ver a nadie solo quieres volver a dormir. Te pesa todo el cuerpo, te da pereza y piensas en que excusa ponerle a tu madre para que te deje en tu cama, en las cuatro paredes de la habitación donde más segura estas, donde nada ni nadie puede verte ni hacerte daño. Al final acabas levantándote y te gustaría que el camino al instituto fuera eterno, mientras piensas en el mundo ideal que has construido dentro de tu cabeza, donde tú eres la dueña, todos te respetan, es tu pequeño refugio y solo allí eres feliz. Finalmente alzas la cabeza y ahí está, el infierno en persona. Entras por la puerta, oyes a varios chicos en coro reírse, “Ya estamos otra vez, ¿Vendré mal vestida?” Los vuelves a mirar de reojo, no vayan a echarte una foto para reírse de ti por internet. Entras en clase donde todos están reunidos en grupitos, sientes todas las miradas clavadas en ti y una enorme rabia te recorre por el cuerpo que, a veces, se convierte en miedo. Miras el reloj, el móvil, lo que sea, pero que llegue pronto el profesor. Siguiente cambio de hora, ves a una chica acercarse hacia ti, pidiéndote explicaciones sobre algo que dijiste que resulta ser mentira, pero no te escucha, solo te amenaza y te pega mientras toda la clase se ríe de ti y grita pelea “¿Por qué todo me tiene que pasar a mí?”. Por fin llega el profesor con un trabajo en grupo, lo que más odio del mundo, te quedas sola, al final te incluye el maestro en un grupo que te acoge con cara de asco, nada de lo que dices está bien, nada de lo que propones es aceptado, incluso hay risas y después la culpa es tuya que no aportas nada al trabajo “que termine ya esta pesadilla”. Suena el timbre, recreo, coges tus cosas y corriendo te vas a un baño, te encierras para que nadie te encuentre, para que nadie te vea y tiemblas si oyes a un profesor acercarse no quieres que te obligue a salir al patio. En la siguiente hora te dan la nota del examen, un tres. Le das la vuelta al examen para que nadie vea lo fracasada que eres, ahora no quieres volver a casa, no quieres escuchar a tu madre gritar, no quieres que te diga lo inútil que eres, no quieres oír lo borde que estas “Tú que sabrás” ”Quizás soy borde por tu culpa”, te sientes mal, estás frustrada y al llegar a casa todo el rencor que tienes acumulado lo pagas con tus padres, tus hermanos, tus abuelos que en vez de ayudarte solo hacen ponerte etiquetas “Dejadme en paz, quiero estar sola” no quieres comer en compañía, todo el mundo te molesta, por cualquier cosa te enfadas, solo quieres entrar en tu habitación, el único lugar donde te sientes segura, donde te planteas que haces en el mundo, lo ves todo negro, y con lágrimas en los ojos miras al techo, al armario, te miras las muñecas, te pones las manos en cuello, buscas en internet cuantas pastillas tomarte para acabar con todo y te matas una y otra vez en tus pensamientos, buscando el valor que te hace falta para llevarlo a cabo.
Esto es lo que recuerdo de cuando era pequeña, el instituto, el colegio, qué más da, siempre ha sido igual. En aquel entonces creía que nadie podía ayudarme, creía que estaba sola y que yo era la única fracasada con la que se metían en clase. Que no había salida, que la única salida que había era el que acabara con mi vida. Hasta que un día exploté, por un tipex, me acuerdo, una tontería tan simple como que me rompieran mi tipex. No me acuerdo que pasó, solo recuerdo que en medio de la discusión la otra chica me levantó la mano y no sé cómo me levanté de la silla y la empuje tan fuerte que la lancé dos metros hacia atrás y empecé a golpearla, estaba ciega, ni siquiera vi a quien le pegaba. Después ella se defendió diciendo que yo era problemática, sabía que esa no era la salida, pero me sentí muy valiente en aquel momento, a la vez que sorprendida ya que no sabía que yo fuera capaz de hacer aquello. Llamaron a mis padres y le conté todo lo que pasaba, ellos fueron a casa de las chicas que me acosaban y tenía miedo que ellas después me volvieran a pegar más, pero créeme, no tengas miedo, si te vuelven a pegar se lo vuelves a decir a tu madre, esa es la salida. Mi madre me llevo a una psicóloga que me enseñó a valorarme, a defenderme de los demás y lo más importante a quererme muchísimo. Empecé a hacer nuevas amistades, me costó muchísimo, créeme pero al final mereció la pena, empecé a salir poco a poco, de aquel pozo sin fondo, mi humor cambió, mis notas mejoraron y mis acosadoras fueron dejándome en paz cuando unimos fuerza entre mi familia, el colegio y yo misma, no hace falta nadie más, sé que los amigos son muy importantes pero es mejor tener un amigo verdadero que diez falsos ¿No te parece?
Con esto quiero decirte que no te encierres, que sé que no es fácil y que desde la barrera se ven los toros muy bien. Sé que has pensado en suicidarte, aunque no tengas aun el valor para hacerlo, sé que lo has pensado, todos lo hacemos alguna vez pero quiero que sepas que ese valor que necesitas para hacerlo puedes usarlo para luchar. Tienes toda una vida por delante aunque ahora creas que nada tiene sentido, sal de la habitación y pídele ayuda a tus padres aunque te lleves mal con ellos, te quieren aunque creas que no, en el colegio tienes orientadores, el profesor con el que mejor te lleves, estamos contigo, estoy contigo y si crees que no tienes el valor suficiente para decirlo a la cara puedes llamar al 900 018 018 y pararles los pies a los que te hacen daño, ellos no merecen tu sufrimiento, no hace falta llegar a las manos para pedir ayuda, no les dejes ganar y piensa que el valiente es valiente hasta que el cobarde quiere.”
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